Las rabietas infantiles pueden venir porque las necesidades del niño no están totalmente cubiertas o porque aún no ha aprendido a gestionar esos estados emocionales. No debemos olvidar que es una mente en construcción y que de todo se puede aprender.
Los niños tienen ciertas necesidades básicas como dormir y comer que es fundamental que estén cubiertas. Un niño cansado o con hambre es más propenso a una rabieta. A los adultos nos pasa lo mismo, sin embargo, hemos aprendido a gestionarlo para que no afecte a nuestra vida.
Los niños requieren de una gran atención y de los adultos aprenderán, en gran parte, a manejar estos estados mentales. Tanto los padres, como los profesores y adultos de su alrededor serán modelos a seguir y de donde aprender a gestionar dichas emociones.
Lo principal ante una rabieta es mantener la calma. En muchas ocasiones, la rabieta no es el problema en sí, sino la gestión hacemos los padres de la misma. Es mayor el descontrol que genera en los adultos que en los propios niños. La reacción del adulto siempre ha de ser la misma: conservar la calma, intentar no aumentar nuestro enfado y no ponerse a gritar.
Cuanto más intentemos que nos haga caso mientras le gritamos, mayor será la rabieta del niño. La mejor técnica ante esto es esperar tranquilos. Si llora, grita y patalea, esperamos a que pasen estas fases, y una vez notemos al pequeño más tranquilo, con voz calmada le preguntamos qué le pasa o qué necesita.
No nos dejemos llevar por la prisa, lo normal es que el niño, al ver que su reacción no se contagia, se va desinflando como un globo.